Marcelo*

Marcelo, ultrajado por Hipócrates, jefe de los siracusanos -quien, para dar prueba de su afecto hacia los cartagineses y para implantar su tiranía había matado a muchos romanos en Leontini- sintió y tomó por la fuerza la ciudad de Leontini; no hizo daño a los leontinos, pero cogió a todos los desertores que encontró, los hizo azotar y los mató. Pero Hipócrates envió entonces un mensaje a Siracusa sobre los turbados siracusanos, que se habían levantado por la falsa noticia y se apoderó de la ciudad. Hacia ella partió Marcelo con todo su ejército. Y, acampado cerca de la muralla de la ciudad, envió embajadores para que explicaran la verdad respecto a Leontini. Como que esto no sirvió de nada y los siracusanos no los creyeron -dominaban en efecto los partidarios de Hipócrates- organizó entonces un ataque simultáneo por tierra y por mar. Apio mandaba el ejército de tierra y él mismo condujo sesenta galeras, de cinco líneas de remos, llenas de armas y máquinas. Además, sobre una enorme plataforma de ocho naves atadas entre sí, había levantado una máquina para tirar piedras y dardos; se acercó a la muralla confiando en el número y esplendor de sus aparejos y en su propia fama. Pero todo esto no significaba nada para Arquímedes y sus máquinas.

Estas máquinas no eran consideradas por el gran hombre como un trabajo digno de esfuerzo, sino que la mayoría habían sido diseñadas meramente como accesorios divertidos de su geometría; días atrás el rey Hierón había tenido un deseo vehemente y había persuadido a Arquímedes para que apartara un poco su arte del pensamiento hacia lo material e hiciera de alguna manera más fácil la teoría de la multitud, aplicándola a cuestiones prácticas. Este arte estimado y famoso de la mecánica empezó su desarrollo con Eudoxo y Arquitas, que bordaron con refinamiento la geometría y dieron un soporte a problemas difíciles de demostrar con la lógica y el dibujo mediante paradigmas sensibles e instrumentales, como en el problema de dos medias proporcionales, elemento necesario para muchas figuras, que resolvieron ellos dos con dispositivos mecánicos, adaptando a este propósito ciertas curvas y secciones de líneas. Pero Platón se indignó con ellos diciendo que echaban a perder y corrompían lo bueno de la geometría, haciéndola escapar de lo incorpóreo e ideal hacia lo sensible y sirviéndose de cuerpos que precisan de abundante y vulgar mano de obra. Expulsada de esta manera, la mecánica se separó de la geometría y, despreciada durante mucho tiempo por la filosofía, se había convertido en una técnica estratégica. Y, sin embargo, Arquímedes, pariente y amigo del rey Hierón, le había escrito que es posible, con una fuerza dada, mover un peso dado. Y dicen que, movido de manera juvenil por la fuerza de la demostración, afirmó que si dispusiera de otra Tierra, una vez pasado a ella podría mover la primera. Hierón se maravilló y le pidió que pusiera en marcha el problema y le mostrara algo grande movido por una fuerza pequeña. Arquímedes hizo remolcar a tierra una nave real de tres palos con gran esfuerzo y muchos brazos; introdujo en ella una multitud de hombres y la carga ordinaria y, sentado a distancia, movió sin esfuerzo y tranquilamente con la mano izquierda un sistema de cables y poleas y acercó el barco tan lisamente y sin obstáculos como si corriera por el mar. Atónito el rey y viendo el poder de la máquina, convenció a Arquímedes para que le construyera máquinas de ataque y defensa para todo tipo de asedios. Él no los hizo servir, porque vivió la mayor parte de su vida sin guerra y en fiesta, pero en aquella ocasión el aparato colmó la necesidad de los siracusanos, y con el aparato su artífice.

Así pues, cuando los romanos atacaron por ambos lados, hubo consternación en los siracusanos, y un silencio de terror, porque creían que no podían nada contra aquella fuerza y poder. Pero Arquímedes lanza sus máquinas, e inmediatamente llegan a las tropas de tierra tiros de todas clases y piedras de enorme tamaño, que caen con una fuerza y una velocidad increíbles; nada detiene su peso, caen innumerables sobre los que encuentran debajo y desbaratan las líneas. De repente saltan unas antenas por encima de las murallas que, apoyándose en un peso, empujan algunas de las naves y las hunden al fondo; otras, con grapas de hierro o con picos como de grulla, son estiradas hacia arriba por la proa y se hunden verticalmente por la popa, o, mediante maromas enlazadas desde dentro, las hacen girar para que choquen contra las rocas y los escollos que salen bajo la muralla, destrozándolas, con gran daño de los tripulantes. A menudo, un barco levantado en el aire sobre el mar, suspendido y girando, era un espectáculo de horror, hasta que sus hombres se tiraban y se dispersaban como de una honda, vaciándolo, y caía sobre la muralla o resbalaba de lo que lo retenía. La máquina que Marcelo hacía avanzar desde la plataforma se llamaba sambuca, porque tenía un cierto parecido de forma con el instrumento musical. Cuando aún se encontraba a distancia de la muralla, le tiran una piedra de diez talentos de peso, después de ésta una segunda y una tercera, las cuales, cayendo con gran estrépido y oleaje, destrozan la base de al máquina y sacuden y desmontan el tramado de la plataforma, de modo que Marcelo, perplejo, se aleja rápidamente con las naves, y ordena a los de tierra que se retiren.

En un consejo de guerra se acuerda acercarse de noche, si es posible aún, a las murallas; porque las cuerdas que usa Arquímedes tienen fuerza para hacer volar lo alto los disparos que tira, pero de cerca son totalmente ineficaces, ya que no hay distancia para el golpe. Parece que Arquímedes había preparado para esto, tiempo atrás, movimientos de aparatos adecuados para toda distancia, y tiros cortos y agujeros no grandes, pero numerosos y continuos, con escorpiones de corto alcance, pero que podían golpear de cerca, dispuestos de modo que el enemigo no pudiera verlos.

Así pues, cuando llegan los romanos creyéndose inadvertidos, se encuentran de nuevo con muchos tiros y golpes, piedras que les caen encima de la cabeza perpendicularmente, y flechas de todas partes de la muralla, con lo que se retiran. E igualmente, cuando se alinean de nuevo a distancia, les llegan más disparos, que dan a los que se retiran, causando gran destrucción entre ellos, y grandes choques de las naves, sin que puedan responder a los enemigos. Arquímedes había fabricado, en efecto, la mayoría de las máquinas bajo la muralla, y parecía que los romanos luchaban contra dioses, porque miles de males se vertían sobre ellos desde lo invisible.

Sin embargo, Marcelo escapa y, bromeando con sus artífices e ingenieros, dice: "¿No acabaremos de guerrear contra este Biareo de la geometría, que nos hunde en el mar con nuestras naves y ha expulsado a golpes de vara con vergüenza nuestra sambuca y rebasa a los monstruos míticos de cien manos, lanzando a la vez sobre nosotros tantos tiros?" Porque, de hecho, todos los restantes siracusanos eran el cuerpo del aparato de Arquímedes, y era una el alma que lo movía y lo giraba todo; las otras armas permanecían inmóviles, sólo las d eél usaba en aquel momento la ciudad, tanto para el ataque como para la defensa. Finalmente, viendo Marcelo que los romanos se habían vuelto tan temerosos que si veían apuntar por encima de la muralla un trocito de cuerda o de madera gritaban que Arquímedes movía alguna máquina contra ellos y daban media vuelta y huían, desistió de todo combate y asalto, dejando al tiempo el resto del asedio.

Y, sin embargo, un tal espíritu y profundidad de alma yuna tal riqueza de especulación poseía Arquímedes, que aunque sus descubrimientos le proporcionaron un nombre y una fama, no humana sino divina, no quiso dejar ningún tratado sobre ellas, sino que, considerando la ingeniería y todo arte utilitario como iinoble y vulgar, ponía su ambición solamente en aquellas materias cuya belleza y sutilidad no están mezcladas con la necesidad, y que no pueden compararse con las otras, ofreciendo una disputa sobre la materia y la demostración, donde la primera proporciona fuerza y belleza, y la segunda, precisión y poder en grado sumo; porque es imposible encontrar en la goemetría proposiciones más difíciles e importantes tratadas en términos más puros y más netos. Algunos lo atribuyen al talento natural del hombre, otros lo creen debido a un exceso de trabajo que daba a cada cosa una apariencia de hecha sin trabajo y con facilidad. Porque, aunque buscando la demostración uno solo no la encontraría, sin embargo, así que se la aprende se hace a la idea de que también hubiera podido descubrirla uno mismo: tan llano y rápido es el camino que conduce a la demostración. No hay, por esto, motivo para dejar de creer en lo que se cuenta de él, que viviendo continuamente encantado por una sirena familiar y doméstica, se olvidaba hasta de comer, y negligía el cuidado del cuerpo, y que, arrastrado por la fuerza frecuentemente para bañarse y untarse, dibujaba figuras geométricas sobre la ceniza de los hogares y trazaba líneas con el dedo sobre su cuerpo untado, dominado por un gran placer y poseído en verdad por las musas. Autor de muy bellos descubrimientos, se dice que pidió a sus amigos y parientes que pusieran en su tumba, después de morir, un cilindro conteniendo una esfera, con una inscripción que diera la proporción en que el sólido continente excede al sólido contenido.

Tal era, pues, Arquímedes, y de este modo conservó invencibles, en lo que de él dependía, a él mismo y a su ciudad. Pero durante el sitio, Marcelo tomó megara, una de las ciudades más antiguas de Sicilia, y capturó el campamento de Hipócrates cerca de Acriles, matando cerca de ocho mil hombres, a los que sorprendió mientras se atrincheraban. Corrió gran parte de Sicilia, separó ciudades de los cartagineses y venció a todos los que se atrevían a presentarle batalla. Con el tiempo, hace cautivo a Damipo, lacedemonio, que intentaba salir por mar de Siracusa. Al pedirle los siracusanos que les devolviera con rescate este hombre, hubo frecuentes encuentros y tratados, durante los cuales tuvo ocasión de observar una torre mal guardada y en la cual podían introducirse unos hombres secretamente, porque la muralla en aquél punto no era de acceso difícil. Después de acercarse a menudo a la torre y de tener entrevistas, con lo que calculó bien la altura, hizo preparar escaleras y, aprovechando una fiesta de los siracusanos en honor de Artemisa, en la que se habían dedicado al vino y a las diversiones, no sólo se apodera de la torre sin que se den cuenta, sino que, antes de despuntar el día, llena también de soldados la muralla y penetra en la Hexápila. Cuando los siracusanos empiezan a moverse y a alarmarse por el ruido, marcelo ordena que suenen las trompetas por todas partes, lo que aterroriza y hace huir a todos, como si ya estuviese tomada toda la ciudad. Sin embargo, quedaba la parte más fuerte, más bella y más amplia, llamada Acradina, que estaba fortificada por el lado de la ciudad exterior, una parte de la cual se llama Neápolis y la otra Tique. También en posesión de estas partes, Marcelo pasa por la Hexápila al apuntar el día, entre las felicitaciones de sus oficiales. Dicen, sin embargo, que él, viendo desde arriba a la ciudad bella y espaciosa, derramó muchas lágrimas, al pensar con dolor en lo que iba a pasar, cuando en poco tiempo cambiaría de aspecto y de forma, saqueada por la soldadesca. Porque entre sus oficiales nadie se atrevía a oponerse a las demandas de los soldados, que pedían el pillaje; incluso muchos le instaban para que fuera incendiada y arrasada. Pero Marcelo no quiso oír esta propuesta y, muy a pesar suyo, permitió que se hiciera presa del dinero y de los esclavos. En cuanto a las personas libres, dio órdenes de que no fueran molestadas, ni se matara o ultrajara, o se esclavizara a ningún siracusano. Sin embargo, a pesr de haber procedido con moderación, creía que el destino de la ciudad era lastimoso y, en medio de tanta alegría, su alma mostraba simpatía y conmiseración al ver que en un momento se desvanecía tal prosperidad y esplendor. Se dice, en efecto, que las riquezas tomadas aquí no fueron menos considerables que las de Cartago, porque poco después obtuvieron el saqueo del resto de la ciudad, entregada por traición, excepto el tesoro real, que fue separado para el tesoro público. Pero lo que apenó especialmente a Marcelo fue la desgracia de Arquímedes. Estaba solo, examinando una figura de geometría, y había entregado de tal forma su pensamiento y sus ojos a la contemplación, que no percibió la irrupción de los romanos ni la toma de la ciudad. De pronto, se le presenta un soldado y le ordena que le siga hacia Marcelo. Arquímedes no quiere hacerlo antes de acabar el problema y establecer la demostración. El soldado se irrita y, desenvainando la espada, lo mata. Otros dicen que el soldado se presentó directamente con la espada para matarlo y que Arquímedes, al verlo, le rogó y suplicó que esperara un poco para no dejar la investigación sin terminar y sin demostrar, pero que el soldado, sin preocuparse, lo mató. Una tercera historia dice que llevaba a marcelo algunos instrumentos matemáticos: cuadrantes solares, esferas y ángulos adaptados al tamaño del Sol par ala vista, y que los soldados cayeron sobre él pensando que traía oro en la caja, y lo mataron. Se está de acuerdo, sin embargo, en que Marcelo se apartó del asesino con horror, como de un sacrílego, y que buscó a los parientes para honrarlos.

*Plutarco.
Tomado de Newman, James R., Sigma, El mundo de las Matemáticas. Vol. 1, Grijalbo, 1968.

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